13 noviembre 2005

Identidad nacional o el miedo como patrón cultural [Parte II]

Lo más interesante de las identidades nacionales es su afán absurdo por autojustificarse. Cuando uno observa a un pueblo que pugna por la independencia, esta autojustificación llega a extremos de patetismo y agudeza fascinantes.

Por un lado tenemos la autojustificación histórica. Gracias a las plumas de encendidos pronacionalistas, hoy sabemos que en la historia de Europa hay muchos más reinos, ducados y condados independientes, muchos de ellos coexistentes con otros exactamente iguales, pero de distinto origen. Esto se aplica también a himnos, banderas, costumbres y lenguas. Muchos de los residentes en los proclamados Països Catalans asegurarán sin dudar que la así llamada senyera, el cautribarrado blasón de las barras aragonesas, fue creado por Guifreu el Pilós en cierta batalla contra los francos con la sangre de sus heridos sobre su bandera amarilla. De nada sirve que el tal Guifreu fuera un noble visigótico de raíces occitanas, que la tal bandera amarilla no existiera, y que para colmo de absurdo (¡!) el tal Pilós ni siquiera hubiera nacido para cuando la batalla a la que se atribuye la cuatribarrada. Sin embargo, todos dirán que esa bandera es y ha sido siempre catalana, y dirán que la teoría ampliamente documentada de que esos símbolos (que no son sino los sellos de los Correos papales medievales) fueran adoptados por el Rey de Aragón y Navarra Alfonso I el Batallador para recordar el apoyo papal a su empresa de conquistar Zaragoza es un invento del nacionalismo aragonés, o incluso del españolismo. Porque si absurdo es criticar la invención de símbolos en otro nacionalismo, pretender que la exaltación de las señas de identidad de otro territorio potencialmente subyugado pueda beneficiar al subyugador es directamente grotesco.

Por otro, la del odio y la ideología. Como la tan cacareada diatriba de Cambó, con su broche "Si nosotros somos separatistas, vosotros sois separadores", o los intentos de limpiado de conciencia de las juventudes radicales vascas al grito de "Malditos seáis vosotros que nos obligáis a odiaros" en camisetas y pasquines. Estos intentos de justificación recuerdan mucho a los niños que, descubiertos en falta, comienzan siempre su primera frase con un "Es que..."