23 diciembre 2005

El Estado

La Revolución Francesa trajo muchas cosas consigo. Trajo el fin de las relaciones económicas feudales, trajo la ruptura con los derechos de sangre, trajo el liberalismo económico. Pero, sobre todo, trajo una cosa que se mostraría nefanda en los siglos siguientes: la nación.
Porque es con la Revolución de 1789 cuando aparece la nación como idea política. La unidad de intereses y fuerzas de un conjunto de individuos, por el mero hecho anecdótico de vivir en vecindad y bailar la misma música.
No obstante, la idea de nación aún llegaría a mostrar su cara más amable durante el siglo XIX. La nación condujo a la atomización de Europa y a la instauración generalizada de Monarquías constitucionales como consecuencia de la idea del Estado-nación.
El Estado como entidad supraindividual, con intereses, medios y objetivos no asimilables a los del gobernante, surge aproximadamente en 1500, de la mano sobre todo de Maquiavelo y otros pensadores de Estado de la época. Este concepto de Estado sin embargo quedaría bastante difuminado en la oleada de autoritarismo que siguió, sobre todo hacia el siglo XVII, donde volvió a haber una fuerte identificación Rey-Estado. Con el surgimiento de la idea de nación, pronto se vio que el Estado era el marco perfecto para su pleno desarrollo.
Así, durante el siglo XIX asistimos al proceso de autodeterminación de los pueblos de Europa, que no deja de ser sino el intento de asignar, unívocamente, un Estado a cada nación. Un ejemplo perfecto es el del Imperio Austríaco. Desde el siglo XVI, los Habsburgo habían heredado los reinos de Hungría y Bohemia (el reino de los checos y rutenos). Hasta después de las guerras napoleónicas, no hubo ningún problema. Los checos presentaron un acercamiento cultural hacia el germanismo austriaco, mientras los rutenos/eslovacos se miraban en el espejo de los húngaros. La cohesión del conjunto era notable, salpicada sólo por el descontento de las clases altas húngaras debido a su pérdida de poder. Un descontento, es importante señalarlo, sin ningún carácter nacional. No protestaban por ver el poder en manos de extranjeros, sino porque ellos lo habían ostentado hasta entonces. Las diferencias entre austriacos, checos y húngaros eran notorias, tanto en lengua y cultura como en la vida cotidiana, hasta el punto que la organización de los ejércitos austriacos era radicalmente diferente a la de los húngaros. SIn embargo, no había tensiones identitarias.
Llega el siglo XIX, sin embargo, y los húngaros, contaminados por la idea nacional, presionan a Austria para conseguir su propio Estado. Con el tiempo consiguen un gobierno propio, reconocimiento de su lengua y su cultura, incluso consiguen que el Emperador de Austria reconozca un segundo reino, pasando a ser Emperador de la Monarquía Dual de Austra y Hungría. Este intento de identificación Estado-nación se recrudecería entrado el siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial, trasnochado intento de cumplir los sueños independentistas de las minorías del XIX, y tras la Segunda, aunque aquí la entrada en juego del comunismo hace que el ejemplo se vuelva difuso. Sin embargo, la atomización cultural del Imperio Austríaco hace que un checo incontestable como Franz Kafka, amigo de círculos independentistas y anarquistas, fuera hasta fecha reciente ignorado y proscrito de la cultura nacional checa por cometer el imperdonable pecado de tener el alemán como lengua madre.
Uno podría esperar que ahora que, gracias entre otras cosas al comunismo y la Unión Soviética, el pensamiento occidental ha alcanzado la idea del Estado supranacional, donde el Estado se encarga de que los derechos de las minorías culturales sean respetados, por lo que éstas pueden convivir sin problemas con nacionalidades mayores, la cosa se arregle y tendamos hacia grandes Estados sin sesgos ideológicos, religiosos o raciales.
Ja. Ilusos.
Como hace siglo y medio, el nacionalismo cainita sigue exigiendo un Estado diferente del vecino por hablar otra lengua, bailar un poco diferente y llamar a un instrumento dolçaina en vez de dulzaina.
Cuándo avanzaremos.

1 Divagaciones:

Anonymous Anónimo divagó...

Por alguna extraña razón somos tan gilipollas de querer igualarlo todo a nuestro punto de vista. Yo quiero, Yo quiero, porque Yo quiero tiene que ser y porque Yo quiero tú tienes que hacer.

Y si Yo no quiero que tú vivas como te da la gana, no vivirás, y puuuunto. Qué asco. =/

16:01  

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