04 mayo 2006

¿A qué sabe el horizonte?

Un tema que siempre me ha interesado sobremanera es la curiosidad humana. Creo que una de las fuerzas motrices de la humanidad es la curiosidad: el interés por entender el mundo que le rodea. Alguna vez he pensado sobre cuál es el fin o la causa de esta curiosidad, y aunque nunca terminaré por aclararme, creo que la curiosidad es una herramienta del ser humano para generar un microcosmos donde ser feliz. El conocimiento conlleva comprensión, y la comprensión es un prerrequisito para el control. El ser humano busca controlar la porción de la realidad que le rodea, para sentirse artificialmente seguro. Pero, más allá incluso de la seguridad, creo que deseamos manipular el mundo para fingirnos a nosotros mismos que tenemos poder. Por eso muchos recurrimos también de forma casi obsesiva a proyectar una imagen de confianza en nosotros mismos, para hacer creer al mundo y, sobre todo, creer nosotros mismos que podemos afrontar cualquier situación con relativa solvencia. Por eso guardamos tan celosamente nuestras debilidades, como si por encubrirlas existieran menos.
La sociedad primitiva cubre esta necesidad con el mito. Los mitos son originariamente explicaciones a la medida humana, simplificaciones cotidianas de la observación experimental, algo así como parches sencillos para descosidos complicados. Como explicación, el mito es apenas suficiente. Protege al ser humano del miedo a lo inexplicado, pero no le otorga ningún poder sobre su entorno. Con el tiempo, el entramado mítico terminará bifurcándose. Por un lado tendremos a la religión, que aparte de sus dimensiones sociológicas de herramienta de represión y control social y homogeneización cultural, presenta un avance en la interactividad con el ser humano: ahora, el seguidor de la religión también puede usarla en su provecho. En el estadio mítico, las cosas son así porque criaturas atávicas las hicieron así. En la religión, el dios está ahí, vivo, y puede influir en el mundo en provecho de sus fieles. El creyente "compra" con ritos y sacrificios la buena voluntad del ente: en definitiva, compra un pedacito de poder sobre la realidad.
La otra gran rama derivada del mito es la filosofía. Ésta busca dar explicación a una realidad oscura a partir de enunciados generales. Se trata del primer intento de dar explicaciones universales a los fenómenos, y es un prodigio de la condición humana que hayamos sido capaces de desarrollar todo el árbol filosófico tal y como lo concebimos ahora. La filosofía es una disciplina eminentemente deductiva: el filósofo propone axiomas que, una vez aceptados, permiten obtener, mediante leyes lógicas más o menos universales, diversas explicaciones. El gran problema, y la gran bendición, de la filosofía, es que este modelo no es único: como ejemplo claro está el edificio matemático, que aunque tradicionalmente se haya considerado una ciencia, comparte estructura formal, métodos y objetivos con la filosofía pura y dura; cualquier cambio en los convenios de partida alteraría la estructura de las matemáticas hasta el infinito. Dependiendo del conjunto axiomático de partida, la explicación se ajustará más o menos a la realidad, pero en defintiva nunca podrá ser satisfactoria del todo; la historia de la filosofía no deja de ser una permanente guerra civil entre cuatro o cinco posturas elementales, que se corrigen a sí mismas permanentemente buscando dar una mejor explicación a lo que el hombre ve a su alrededor. Por esto, la filosofía sólo muestra todo su esplendor cuando vamos a los campos en los que el hombre es [por el momento] incapaz de hollar con pie firme. La filosofía permite reducir la exuberante riqueza y complejidad del mundo a conclusiones predecibles e infalibles surgidas de simples principios de partida. Otorga, pues, al ser humano la capacidad de reducir el mundo a una escala humana.
Aunque habrá serias reticencias, fundamentalmente motivadas por los escarceos entre filosofía y religión, finalmente el ser humano decidirá que la filosofía no es satisfactoria para todos los aspectos de la realidad. Surgirá así la tercera gran herramienta del hombre para explicarse a sí mismo el mundo, que no es otra cosa que la superación inductiva de la filosofía: la ciencia. La ciencia es el intento del ser humano por controlar la Naturaleza no pidiendo a otros que lo hagan por él, como la religión, ni adaptando la Naturaleza al pensamiento, como la filosofía, sino jugando con las mismas reglas que ella. Consiste, ni más ni menos, en mirar atentamente cómo el mundo sigue su curso hasta ser capaces de ganarle en su propio terreno. La visión social de la ciencia tiende a ser mero humo de colores: matemáticas complicadas, grandes esfuerzos mentales, modelos complejos e intratables. Nada de eso. La ciencia es sentido común. El Universo es extremadamente complejo, y el detalle en que podemos concerlo en ridículo. No, la ciencia no es más que sintonizar con cómo funcionan en general las cosas: el mínimo esfuerzo, la explicación más sencilla, el resultado más probable, el estado más perdurable. Y ya está.
Disfrutad de este juguete que nos dio Prometeo.

2 Divagaciones:

Blogger Oriana divagó...

Muy buen artículo (¿o reflexión?). Sólo añadir que a pesar de que las diferencias son obvias, hay todavía quien no sabe diferenciar entre ciencia, religión y filosofía.

Y como nota, ya se nota que no sabes de modelos matemáticos intratables, ya...

21:26  
Anonymous Anónimo divagó...

Mierda, he escrito un comentario y blogger no me ha dejado publicarlo.

Hace mucho tiempo que pienso que el gran problema es que mucha gente pretende que la religión resuelva cosas que le corresponden a la filosofía o a la ciencia. O que la ciencia explique cosas que tienen que ver más con la religión o la filosofía. O que pretende que la religión abarque temas que le corresponden a la religión o a la ciencia.

18:44  

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